martes, 24 de noviembre de 2009

Miedo y asco en la línea 10


MIEDO Y ASCO EN LA LINEA 10




Hoy es sábado 24 de octubre del 2009. 
Solo han pasado unas 16 horas y aunque me duela reconocerlo ya no lo percibo con la misma intensidad que ayer. Sabía que me arrepentiría pero me resultaba imposible sentarme otra vez en el ordenador de mi casa después de hacerlo 8 horas seguidas en el trabajo.
Yo casi nunca hago estas cosas.
¿Trabajo? ¿dónde trabajo? Soy un gran vago y ya no me duele reconocerlo.
Esta claro que para que funcione hay que dejar constancia en el momento para pasado el tiempo poder reabrirse con el efecto deseado.
Guardarlo fresco, antes de que cesen las contracciones y los cojones vuelvan a su sitio.
De eso se trata.
Acercarse a el día y al momento como el de algunos sueños.
Uno de cada cien.
Soy consciente antes de abrir el programa y decidirme a escribirlo que no creo que llegue. Lo siento demasiado fuerte y estoy a punto de desistir. Aun así, espero que el simple gesto de intentarlo me devuelva a la escena algunas líneas más abajo.
Voy a intentarlo.
Joder! Voy a por agua.
Ahora tengo algo de agua fuera y menos dentro, mientras esto ocurría me he visto en el espejo y tengo un aspecto deplorable. Aunque no acostumbro, esta mañana no me he duchado y llevo desde el martes sin afeitarme.
Me ayuda a entrar en la escena, sube el nivel de opacidad.
Ahora mismo no recuerdo con certeza si fue ayer o anteayer cuando nos desalojaron unos minutos por avería de la línea 5 en la parada Rubén Darío, justo antes de Alonso Martínez que es donde la dejo para seguir con la línea 10 hasta mi casa.
Tengo que aceptar de una vez por todas que soy un pez y que cada vez que llego a casa es una casa nueva y se abre cuando introduzco una de mis dos únicas llaves.
Es importante porque aunque no justifica los hechos si que los desemboca.
¿El qué? no importa.
Eran las 15:30 y ya casi estaba en casa, solo tenía que hacer transbordo en Alonso Martínez a la línea 10 y recorrer 3 paradas.
Tenía hambre y como recompensa a mi jornada laboral me había prometido una cerveza fría y una siesta justa. La suficiente para levantarme y empezar un proyecto nuevo, algo que hasta ahora no había hecho y que tenía que empezar ya.
Sí, ya, ahora.
Pero eso no me impedía ser persona civilizada.
Esperar cuando tienes que esperar y maldecir para adentro cuando alguien te cierra el paso.
Mato cuando me cierran el paso. Pero no mato, lo pienso.
Nada nuevo.
No sé si sería la avería de la línea 5 pero la gente en el tren de “la 10” venía como muñecas rusas.
Las 15:30.
Las posición de las agujas recuerdan el pulgar del Cesar, Roma quiere más sangre.
Hora puntiaguda.
Fuera, en el andén, un ejército de depredadores de espacio.
Ahora al escribirlo recuerdo que cuando entraba el tren en la estación yo era uno de ellos.
En primera línea de batalla.

Pero apenas duró unos instantes ese instinto. Conforme se iba acercando el primer vagón, el del conductor, yo me relajaba y comprendía que bastaba con apartarse un poco hacia un lado, dejar que saliera la gente a modo de paseíllo, contarlos, porque siempre es gracioso contar seres humanos y entrar a mirarlo todo hasta mi parada.
Los trenes tienen algo que no tiene nadie.
El que salía era grande, más grande que el que entraba, más preparado para esto, entrenaba, levantaba unos cuantos kilos, seguro que unos 150 o más y lo peor es que no era su primera vez. Puede que lo hiciera para momentos como estos, sí, ahora lo recuerdo bien, el muy hijo de puta disfrutaba con todo esto y se notaba, se le veía en la cara.
Las caras.
Las caras de la gente.
El que intentaba entrar era el protagonista, el héroe.
Necesito un cigarro.
No, mejor acabo y como premio...un cigarro. Soy un gran vago y ya no me duele reconocerlo.
Nuestro héroe sin embargo era mayor que el que salía, de edad quiero decir.
No levantaba una mierda.
Vestía buenos trajes y compraba buenas corbatas.
Pero no levantaba una mierda.
El muy imbécil no se apartó a que saliera el Grande, debería haberse apartado y el Grande hubiera seguido malgastando su dinero en gimnasios y anabolizantes con la cara del Papa.
Pero no se apartó, se quiso meter antes de que el Grande saliera.
Joder, el héroe no levanta una mierda.
Tuve que rodearlos para poder entrar, para no perder ese tren.
Me pude llevar mi parte.
El héroe de los trajes y las corbatas entró después de mí, de modo que lo tenía justo en mi espalda. Las puertas se cierran y el héroe se apoya en ellas dejando un perímetro de 40 centímetros de aire entre él y los demás.
Solo me había fijado hasta ahora en el Grande, se perdía por el hueco de las escaleras mecánicas unos segundos antes de su encuentro con el héroe , justo antes de recordarle quien era el más fuerte.
El Grande y su espalda de metro y medio de levantador de pesas. No quiero volver a verte nunca.
Malnacido.
En Madrid, ayer. Sobre las 15:32. Línea 10 dirección Puerta del Sur.
Yo sabía que el héroe estaba detrás mía.
Un mínimo error de parvulario y no eres nadie porque no levantas una mierda “héroe”.
Ya no queda nada del traje y la corbata.
La humillación.
Bastaba girar el cuello unos grados, cambiar unos centímetros la posición de mis pies y podría verle.
Mirarle.
Entonces ocurrió, no sé por qué, pero... cuando vi las caras de los que tenía enfrente ( creo que alcanzaba a ver desde mi ángulo unas 15 o 20 personas) fue cuando ocurrió todo... y fue justo cuando de verdad comprendí que debía recordarlo. Lo que de verdad ocurría y lo más duro de toda la escena.
Eran ellos.
Los ojos de la gente.
Los ojos escudriñadores que me atravesaban con miradas punzantes e intentaban llegar hasta las entrañas del héroe..
Joder, era mucho peor mirarles a ellos que girarme.
Necesito un cigarro, al final lo estoy recordando todo perfectamente y vuelvo.
Me dan nauseas.
De de alguna forma actuaban como un espejo.
Fue tan horrorosa la escena que tuve que agachar la mirada ante el público, no podía soportarlo, reflejaban nítidamente el despropósito de persona que tenía a mi espalda y la devolvían con sus miradas a un estado de miseria de circo, de desecho.
No encontré ni una sola mirada que reflejara un gramo de compasión, de comprensión, bastaba con dejar de clavarla, de recrearse...mirar de reojo después de unos segundos, parecía gente normal.
Ni una sola, ni una.
Se estaba llevando la segunda y con creces...sin mover un dedo
Eran ellos.
Los ojos de la gente, la mirada.
Hijos de puta, hijos de puta.
Volveré en unos meses a estas líneas y volveré a ese vagón de tren, lo juro.
Hijos de puta, mirar así a vuestra madre, a nadie más...no delante de mí.